La médica venezolana en Chile que halló una solución para la obesidad

La médica venezolana Vanessa del Valle Gómez Guevara emigró a Chile en 2017 y hoy está al frente de Medical Merakah, su propio centro médico, en el que atiende pacientes online en Colombia, España, Estados Unidos, Brasil, Italia, Perú y Ecuador. Con postgrado en Obesidad, la guayanesa creó un suplemento que junto con una adecuada alimentación, ejercicios y cambio de hábitos, favorece la pérdida de peso
Gómez insiste en que todo trabajo duro tiene su recompensa. | Foto: cortesía Crónicas de Chile
Fuente: https://elpitazo.net
No es el tamaño de la tormenta lo que define de qué estamos hechos. Es el tamaño de nuestra voluntad, y la guayanesa Vanessa del Valle Gómez Guevara, de 35 años, tiene el temple de quienes se fijan un objetivo y simplemente lo cumplen.
Gómez Guevara, graduada de médico cirujana en la Universidad de Oriente, núcleo Bolívar, arribó a Santiago a principios de enero de 2017, en un vuelo con escala en Panamá. Llegó con 1.000 dólares, que eran todos sus ahorros, y dinero que su familia le había juntado para ayudarla.
«Me vine sola con mis dos hijos: un bebé de 1 año que no hablaba ni caminaba y una niña de 6 años. El dinero no alcanzaba para el pasaje de mi esposo, así que él se quedó trabajando allá un año más y nos enviaba el poco dinero que se podía hacer en Venezuela», cuenta Vanessa, quien trabajó como jefa de residentes y del servicio de medicina del Hospital Militar Manuel Siverio Castillo, en Puerto Ordaz.
La recibió su hermana durante los primeros meses. «La idea era que yo con los 1.000 dólares arrendara un departamento para independizarme mientras conseguía trabajo, pero fui víctima de una entrevista laboral falsa en la que me pidieron que dejara mis cosas en una habitación y cuando llegué al Metro me di cuenta que me habían robado todo. Pasé toda la noche llorando al sentir que no podría sustentar a mis hijos», cuenta.
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Sin ánimos, pero empujada por el vértigo, se levantó y comenzó a hacer comida venezolana para vender a domicilio. La entregaba con sus hijos, quienes aún no tenían colegio ni sala cuna.
No podía ejercer su profesión sin aprobar el Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina: Eunacom, para cuyas pruebas se necesitan al menos un millón 500 mil pesos. Como no contaba con recursos, a los dos meses de llegar a Chile decidió unirse a la Cruz Roja de Puente Alto como colaboradora.
«Allí me fui haciendo conocida por mi trabajo. En ese tiempo atendía a los pacientes mientras mi hija, de 6 años, en la sala de espera, cuidaba a su hermanito de un año. Así arrendé mi primera casa y me mudé sin nada. No teníamos camas, televisión o nevera. Dormíamos mis dos hijos y yo en un colchón inflable y sin calefacción. Recuerdo que compraba comida que no tuviera que refrigerar y les daba a los niños, hasta que un médico colombiano escuchó de mi historia y nos regaló una nevera, y una amiga chilena nos donó una cocina que ya no usaba», asegura.
Cadena de dificultades
Luego, a Vanessa le hicieron un contrato a honorarios en un Cesfam (Centro de Salud Familiar), donde trabajaba 12 horas al día, pero el colegio de los niños era hasta las 4:00 pm. «Ellos se quedaban en la sala de espera hasta que yo terminara el trabajo a las 8:00 pm. Fueron momentos muy duros; además no me daban seguridad laboral, días libres ni compensación si enfermaba, pero me servía para solicitar mi visa porque me entregaban boletas y podía pagar el curso y los exámenes de Eunacom”, relata.
Gracias a ese empleo optó por una tarjeta de crédito con la que pagó el pasaje de su padre, quien la ayudó con el cuidado de sus hijos y le permitió, con su apoyo, trabajar día y noche y estudiar para los cinco exámenes.
Una semana antes de presentar los evaluativos, Gómez Guevara pidió permiso para estudiar y la despidieron inesperadamente. «Ese día le lloré mucho al Director del Cesfam, pero él no tuvo ninguna contemplación. Me despidió porque ellos no necesitaban a alguien que se superara, sino a alguien que más bien no aprobara los exámenes para no tener que darle ninguna seguridad laboral. Viví momentos grises sin empleo y a unos días de presentar el examen, pero Dios me ayudó y aprobé», recuerda.
Para esos días, su esposo completó el dinero y llegó a Chile. Su ascenso comenzó a través de una amiga migrante ecuatoriana, quien la empleó como su asistente. Su trabajo consistía en pesar y medir al paciente. Era responsable de la atención de pacientes con enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión e hipotiroidismo.
«Así, creo, nació mi amor por los pacientes con obesidad; sin embargo, no lograba prestarles la atención adecuada por el escaso tiempo de atención a cada paciente que se nos permitía. Otra cosa era que el tiempo en el cual podía citar de nuevo al paciente superaba los tres meses, por lo cual se me hacía imposible compensarlos”, agrega.
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