María Isabel Guinand, rectora de UNIMET: “No podemos echarnos a morir todos”
Esta entrevista pertenece a una serie especial de entrevistas a rectores de universidades venezolanas. Puede leer la entrega anterior, con el rector de la Universidad Católica Andrés Bello, en este enlace.
Fuente: https://prodavinci.com / Hugo Prieto
Pensar que las universidades privadas han atravesado la crisis sin pestañear, sería una apreciación totalmente equivocada. El cobro de la matrícula tiene un techo y los ingresos por investigación y extensión están sujetos a un entorno muy diferente al que conocimos en el pasado. Sí, Venezuela es otra. Más resiliente, más comprometida con la eficiencia y el tema de los costos. Hay que echarle cabeza para alcanzar la sustentabilidad en una realidad tan ruda.
De eso se trata esta entrevista con María Isabel Guinand*, rectora de la Universidad Metropolitana. En sus orígenes, la Unimet surgió del encuentro de un grupo de capitanes de empresa e integrantes del gobierno que se reunieron en el Hotel Maracay, en 1963. En ese momento, Venezuela era un país con muchos problemas políticos y económicos, pero había una visión compartida y una disposición a lograr consensos que hemos perdido. La Unimet es obra de un emprendedor, Eugenio Mendoza, un visionario que supo rodearse de personas competentes y hacer de sus sueños una realidad que aún tiene eco en el país. El Dividendo Voluntario para la Comunidad, por ejemplo, fue reconocido por la academia estadounidense, como la génesis de lo que hoy es la Responsabilidad Social Empresarial. Y eso es mucho decir.
¿Podría hablar de los inicios de la Universidad Metropolitana?
Esta universidad se inició en la década de 1970 y, en sus orígenes, se pensó como un centro de investigación y docencia tecnológica para suministrar talento al sector productivo. Sus promotores, en documentos fundacionales, manifiestan su preocupación y su deseo de contribuir a fortalecer la educación superior, fundamentalmente, en el país. El proyecto de la Unimet encontró eco en la mente, en los planes, de Eugenio Mendoza, quien estaba interesado en construir y ampliar el capital social de las empresas. Es parte de lo que hoy llamamos la Responsabilidad Social Empresarial. Entonces, no solamente se hace empresa como la conocemos, sino cómo impacta su entorno, entendido como el país en general. Eugenio Mendoza ni siquiera tenía bachillerato, sino sexto grado y, aún así, impulsó esta universidad. Suena algo paradójico, pero Mendoza era un visionario y una de sus inquietudes era formar talento para el sector productivo, particularmente en ingeniería y en la formación de gerentes. Pero también en la universalidad de otras funciones.
¿A qué funciones se refiere?
Las universidades, en todo el mundo, tiene tres pilares: docencia, investigación y extensión. La Unimet es principalmente docente, pero en nuestro plan estratégico, que hemos definido, nos hemos propuesto hacer crecer la investigación, el conocimiento práctico que le sirva al sector productivo para resolver problemas concretos. Y la parte de extensión la enfocamos en lo que hemos llamado Educación para toda la vida. También en el área de la docencia, pero orientada a la transmisión de conocimientos y competencias a la sociedad en general.
¿Cuál es su visión sobre la educación superior en Venezuela?
Este es un tema que esta cambiando de forma muy importante. No sólo en Venezuela sino en el mundo entero. En Estados Unidos, solamente por poner una cifra, el atractivo de la educación superior ha venido bajando. Es decir, las expectativas que se forman los jóvenes, no se cumplen (o se cumplen parcialmente) una vez que culminan sus estudios. Cito una encuesta de Gallup de 2023. En cuanto al nivel de confianza en la educación superior, muy poco o poco, en 2015, nueve por ciento; en 2023, ha subido al 22 por ciento. Esto es entre los jóvenes estadounidenses que veían en la universidad un vehículo para competir con mejores probabilidades en el mercado de trabajo. Eso no es distinto a lo que ocurre aquí. En general, el nivel de confianza en la educación superior ha venido cayendo, en todo el mundo. Otro dato revelador tiene que ver con la sostenibilidad, algo que nos preocupa a todos. En 2020, por ejemplo, en Estados Unidos se cerraron más de 100 centros universitarios, principalmente por un tema de sostenibilidad. Eso está pasando en todas partes, porque la tecnología es transversal. Es cierto que aquí estamos en lo que estamos, pero buena parte de la población tiene acceso a Internet, a lo que pasa en el mundo y, más recientemente, a los trabajos remotos. Tenemos que ir a una formación en tres años, abriendo la posibilidad de que los estudiantes ajusten su perfil a conocimientos más especializados y específicos.
Quizás lo que conocemos como el espíritu universitario está en riesgo. ¿No es algo que está en peligro con esta visión tan pragmática de la formación superior? Lo digo porque ahí está la semilla del relacionamiento, de la posibilidad de convivir y construir vida comunitaria.
El espíritu universitario es súper importante. Es algo que tenemos que preservar. Pero algunos cambios los introdujo la pandemia. Los estudiantes se quedaron en casa, las universidades enviaron una carga de materias de estudio (vía remota) y de ahí indicaron lo que ibas a aprender. Lo que hemos visto, también en el resto de las universidades, es que cuando los estudiantes regresaron a la presencialidad, asistían a clases y se iban a sus casas. Habían perdido el deseo o la atractividad de quedarse en el campus universitario. Entonces, nosotros tenemos que hacer cosas diferentes para que el estudiante se quede, para ganar atractivo. Hemos tenido que reinventar cosas en el deporte, en la cultura, en la biblioteca 24 horas, en los salones de juego. Adaptarnos a esta realidad, para promover la vida universitaria. Son estrategias para que el estudiante se quede. Pero todo eso pasa por la sostenibilidad.
¿Por la capacidad de generar recursos?
Las universidades, y particularmente ésta, se sostienen gracias a la matricula. Pero como en cualquier actividad productiva, los ingresos (provistos por la matrícula universitaria) tiene puntos de inflexión. Es decir, no la puedes aumentar indefinidamente para cubrir costos. Tienes que ser, por un lado, eficiente en tus costos y, por el otro, tienes que evaluar muy bien el costo de la matrícula, cuya composición viene dada por estudiantes con capacidad de pago. Toma en cuenta que tienes 20 por ciento de estudiantes con algún tipo de beca. Y lo queremos hacer, porque está en el propósito, en la génesis de esta universidad y, además, queremos tener diversidad. Para eso, en un país como el nuestro, tenemos que abrir puertas. ¿De dónde sale el dinero de las becas? De benefactores que invierten con nosotros para formar el talento que necesitan las empresas. Es buscar un círculo virtuoso, que no es sencillo, pero tampoco es imposible. Diría que mi tránsito por aquí va en esa dirección. Si ves las universidades en el mundo, entiendes que no son sostenibles por sí mismas. Necesitan recursos por distintas vías: de los egresados, de las empresas, de gente que se enamore de tus proyectos y quieran invertir. En este momento, estoy buscando aliados que quieran invertir en proyectos de mayor eficiencia energética. En el uso, por ejemplo, de paneles solares.
El énfasis que pudiera hacerse en la sostenibilidad de las universidades, en un país como el nuestro, acostumbrado a que “le bajen los recursos” ha marcado una perspectiva distinta. Si nos enfocamos únicamente en la sostenibilidad, como prioridad inmediata, ¿Dónde quedan las otras áreas que componen el quehacer de las universidades?
Hay una relación causa efecto entre la docencia, la investigación y la extensión universitaria. Todo está vinculado. Para ser sostenible, yo tengo que generar recursos en estos tres ámbitos de forma sólida, consistente, y de una manera transparente. En la docencia, por ejemplo, al estudiante al que le cobro una matrícula le doy una propuesta educativa de calidad. ¿Cómo lo hago? Teniendo un pensum ajustado, teniendo profesores formados o reentrenados, además de laboratorios donde él se pueda formar. En la extensión, ¿Qué buscamos? Que las empresas me compren cursos, diplomados, para formar talentos. Entonces, yo estoy ofreciendo un valor educativo para eso. Y algo similar podemos decir de la investigación. El profesor Víctor Tortorici, por ejemplo, continua con sus investigaciones para encontrar soluciones al dolor. Esas investigaciones son de interés para el sector farmacéutico. Por ahí, digámoslo así, pasa la sostenibilidad. No estamos inventando el agua tibia, eso lo hacen, y así viven, todas las universidades.
No sé si el sector empresarial está tan comprometido y consustanciado con los problemas del país, como lo manifestaron sus antecesores en el encuentro de capitanes de empresa que se celebró en el Hotel Maracay, en 1963. La ponencia de Eugenio Mendoza, por ejemplo, sorprende por la profundidad de su análisis, relacionado con la salubridad del país. Había una generación de empresarios que tenían una visión compartida del país. No estoy tan seguro de que eso esté ocurriendo actualmente.
De la década de 1960 al día de hoy, el sector empresarial es otro. Pero yo no sería tan tajante en la afirmación que haces. El país es otro. Tenemos un sector empresarial disminuido, basta con ver la caída del Producto Interno Bruto (70 por ciento en apenas cinco años), o la ocupación de la capacidad industrial. Entonces, hay que ser empáticos y ponerse en esos zapatos y entender que el empresariado también está buscando su sostenibilidad y cómo navega en un país liliputiense. En la Unimet tenemos un Consejo Superior, conformado por 80 por ciento de empresarios y te puedo asegurar que todos tiene un compromiso sólido con el país, en pensamiento, en recursos. Pero es una realidad muy distinta a la que teníamos en la década de 1960, en la que había, pese a todos los problemas, un horizonte de crecimiento y expansión económica.